Moratoria vital en el contexto de cambios en los roles familiares y sociales

Introducción

La moratoria vital, tal como la define Erikson (1972), es ese tiempo de “pausa” evolutiva en el que el sujeto puede experimentar, explorar y ensayar distintas formas de ser, sin que se le exijan aún decisiones definitivas. Es entendida como “un crédito o plus temporal que se posee en la juventud, como si se tratara de algo que se tiene ahorrado y del que puede disponerse para construir una identidad personal coherente”.  Sin embargo, en los contextos contemporáneos esta moratoria se encuentra atravesada por profundas transformaciones en los roles familiares, las condiciones materiales de existencia y las formas de integración social. Es decir, éste potencial no siempre se traduce en oportunidades reales.

La adolescencia es un momento clave en la vida de las personas: un tiempo de exploración, cambio y construcción de identidad. Sin embargo, no todas las adolescencias son iguales. ¿Quiénes pueden realmente vivir ese tiempo como una etapa de búsqueda y crecimiento? ¿Qué condiciones materiales y simbólicas hacen posible ser joven? Estas preguntas nos invitan a repensar la juventud no solo como un hecho biológico vinculado a la edad, sino como una construcción social profundamente atravesada por desigualdades.

Si lo conectamos con los cambios en los roles familiares y sociales, podríamos pensar que esta moratoria hoy no se vive igual que antes. Por ejemplo:

Los roles familiares cambiaron: las familias pueden estar formadas de maneras muy distintas (monoparentales, ensambladas, con padres/madres del mismo sexo, etc.). Ya no hay un único modelo de “mamá cuidadora" / "papá proveedor”. Esto cambia el tipo de acompañamiento y también las expectativas sobre les adolescentes. También cambiaron los roles sociales: hoy hay más libertad para elegir, pero también más presión. Las redes sociales hacen lo suyo: modelos de éxito, expectativas laborales, exposición constante. Todo eso impacta en cómo se vive esa búsqueda de identidad.

En este ensayo no solo abordaremos los conceptos de moratoria vital sino también de moratoria social, que es la posibilidad que da la sociedad para que ese tiempo vital se traduzca en oportunidades reales de exploración, aprendizaje, experimentación, es decir, depende del contexto: del acceso a derechos, a instituciones, al ocio, al estudio y al juego. Ambos son claves para comprender cómo se experimenta la adolescencia desde distintas posiciones en el entramado social. A lo largo de este trabajo, analizaremos cómo estas dos dimensiones, la vital y la social, se combinan, y, a veces, se contradicen y, específicamente, nos adentraremos en el análisis de su impacto en el contexto de cambios contemporáneos en los roles familiares y sociales, ya que se vive de modos muy distintos según la clase social, el género y otros factores, afectando directamente el modo en que se transita la juventud en la actualidad.

Moratoria vital y moratoria social: juventud entre lo biológico y lo social

La juventud puede ser entendida como una etapa que posee un doble capital: un capital temporal-biológico (moratoria vital) y un capital simbólico-cultural (moratoria social). La moratoria vital se refiere al excedente de tiempo y energía característico de la juventud: un cuerpo con fuerzas disponibles, apertura al mundo y una percepción lejana de la muerte. Es un “crédito” del que el joven dispone, aunque se agota inevitablemente con el paso del tiempo.

En cambio, la moratoria social es el espacio de suspensión institucionalizada que las sociedades otorgan a los jóvenes para que puedan explorar sus identidades sin ser exigidos como adultos. Erikson definió este período como necesario para resolver la crisis de identidad vs. confusión de roles, en la que el adolescente explora quién es, en qué cree y qué quiere ser.

Pero no todos acceden a esta moratoria social. La pertenencia de clase, género o etnia condiciona fuertemente el acceso a ese “tiempo libre” para la búsqueda identitaria. Mientras que ciertos sectores pueden “permitirse” dudar, probar, equivocarse, otros deben asumir responsabilidades adultas tempranamente. ¿Quiénes tienen realmente tiempo para buscar quiénes son? ¿Quiénes pueden permitirse no saber aún?

A modo de complementar conceptos, Roland Barthes plantea que la juventud debe pensarse como una “función-signo”: por un lado, la juventud como función biológica (el cuerpo joven, la energía vital); por otro, como signo cultural (los modos socialmente reconocidos de “ser joven”). Esta idea es clave para comprender por qué hay jóvenes que, aunque cronológicamente lo son, no son reconocidos socialmente como tales, y adultos que se visten, consumen o se expresan como jóvenes, “portando” signos juveniles.

“La materia de la juventud es su cronología […] la forma con que se la inviste es sociocultural, valorativa, estética.” Margulis, M., & Urresti, M. (1998).

Desde Erikson, esto se conecta con la construcción de la identidad como un proceso que no se da solo hacia adentro, sino también hacia afuera, en relación con los otros y con la cultura. El joven necesita validarse y ser reconocido como tal. El no reconocimiento o la imposición de modelos ajenos puede producir conflictos de identidad, frustración o incluso rechazo de sí.

¿Qué ocurre cuando la sociedad le niega a alguien el derecho a ser joven? ¿Qué pasa cuando la única juventud reconocida es la de las clases medias y altas?

Moratoria vital en transformación: juventudes y reconfiguración de los roles familiares y sociales

La idea de “moratoria vital” remite a una pausa, a un tiempo de exploración entre la niñez y la adultez, donde los y las jóvenes disponen de energía, apertura y deseo de experimentar el mundo sin estar aún obligados a asumir responsabilidades definitivas.  Sin embargo, este tiempo no ocurre en el vacío. Está profundamente influido por los cambios culturales, económicos y familiares que definen el contexto histórico. Las trayectorias juveniles se han vuelto cada vez más inestables y heterogéneas. Como señala Carles Feixa (2006), “ya no hay una sola juventud, sino múltiples formas de ser joven”, que se construyen en contextos desiguales, con diversos grados de acceso a recursos, apoyos familiares e institucionales. La extensión de los años de escolarización, la precarización del empleo, las crisis económicas recurrentes y los cambios en las dinámicas familiares han producido una juventud “prolongada”, pero no necesariamente más libre o protegida.

En muchas familias, el rol de los jóvenes ha cambiado: ya no solo son dependientes, sino que muchas veces aportan ingresos, cuidan hermanos o adultos mayores, o incluso migran en búsqueda de mejores oportunidades. Esto produce una tensión entre el mandato cultural de “vivir la juventud” como tiempo de libertad, y las exigencias de un mundo que no siempre da lugar a ese ideal. Hoy, los modelos tradicionales de familia, aquellos que estructuraban roles claramente diferenciados entre generaciones y géneros, están en plena transformación. Las familias se diversifican, las figuras de autoridad cambian, las jerarquías se diluyen. Jóvenes que antes ocupaban un lugar subordinado y expectante dentro de la estructura familiar, hoy muchas veces deben asumir roles activos como cuidadores, sostenes emocionales o incluso económicos, especialmente en sectores populares atravesados por la precariedad y la fragmentación social.

François Dubet (2006) habla de una “individualización de las trayectorias” para referirse al modo en que los jóvenes deben construir su camino casi en soledad, en ausencia de instituciones fuertes que acompañen esa búsqueda. La familia, la escuela, el Estado, incluso el trabajo, ya no ofrecen un guion claro. Esto deja a los sujetos con la carga de inventarse a sí mismos en un marco de incertidumbre.

La transición hacia la adultez en las sociedades modernas se ha vuelto más ambigua y contradictoria que en culturas tradicionales, donde los ritos de pasaje eran claros y socialmente marcados. Hoy, esa transición es difusa: se entra y se sale de roles adultos (económicos, afectivos, familiares) sin certezas ni reconocimientos plenos. Esta mutación afecta directamente el modo en que se vive la juventud. Si antes se pensaba este tiempo como un período de transición contenido por la familia y por instituciones que garantizaban cierta estabilidad, hoy ese tránsito es mucho más incierto. La prolongación de los estudios, la dificultad para acceder a empleos formales, la imposibilidad de independizarse económicamente, la erosión de certezas identitarias, generan una paradoja: por un lado, la juventud parece extenderse cada vez más; por otro, esa extensión no siempre se traduce en más libertad, sino muchas veces en ansiedad, presión, exigencias difusas.

A esto se suma lo que Ariel Gravano (2008) define como el “empobrecimiento simbólico de la juventud popular”, en tanto muchas veces se les niega el derecho a vivir una moratoria real, cargándolos de responsabilidades desde edades tempranas. No todos pueden permitirse buscar, equivocarse o demorarse. La moratoria vital se convierte así en un privilegio de clase. Ademas, se espera de los y las jóvenes que “resuelvan” su identidad en un mundo en constante cambio. La flexibilidad se vuelve una norma, pero también una carga. Deben reinventarse, adaptarse, mostrarse autónomos y resilientes, aunque muchas veces no cuentan con el sostén emocional, institucional o material necesario para hacerlo.

Sin embargo, lejos de ser una etapa con obstáculos, la moratoria vital puede leerse hoy como una gran oportunidad. En el contexto de los cambios sociales y familiares actuales, las y los adolescentes cuentan con herramientas y espacios que antes no existían, y eso genera nuevas formas de vivir y transitar esta etapa.

Uno de los aspectos más positivos es la apertura al diálogo intergeneracional. A diferencia de épocas anteriores, donde hablar con personas adultas sobre emociones, miedos o conflictos era prácticamente imposible, hoy se valoran cada vez más las conversaciones honestas entre generaciones. Esto favorece el acompañamiento, la escucha activa y la construcción de vínculos más empáticos y comprensivos dentro del entorno familiar y escolar.

Otro punto clave es la posibilidad de cuestionar mandatos heredados. La adolescencia actual no acepta pasivamente los modelos impuestos por la tradición. Se pregunta, duda, desafía. Y en ese proceso, empieza a crear nuevos significados sobre el género, la familia, la sexualidad, el trabajo o el amor. Es en esta “pausa vital” donde se gesta la posibilidad de transformar estructuras sociales rígidas por otras más inclusivas, diversas y humanas.

Además, hoy existe un mayor reconocimiento y ejercicio de derechos. Gracias a leyes como la ESI, y al avance de movimientos sociales, les adolescentes pueden informarse, sentirse validados y comenzar a tomar decisiones con mayor autonomía. Esto fortalece su autoestima y genera una conciencia crítica sobre la importancia del respeto, el consentimiento y la igualdad.

También se destaca el hecho de que la moratoria vital permite explorar la propia identidad en un entorno más abierto y diverso. Cada vez más jóvenes se animan a expresar quiénes son sin tanto miedo al rechazo. La visibilización de múltiples identidades sexuales, de género y culturales abre caminos para construir subjetividades más libres.

Por último, la facilidad de acceso a información, redes de apoyo, espacios artísticos o comunitarios fortalece el sentido de pertenencia y el desarrollo del pensamiento crítico. La adolescencia ya no es vista únicamente como una etapa de “confusión” o “rebeldía”, sino como un momento valioso para soñar, repensar el mundo y ser protagonistas del cambio.

En este proceso, la escuela cumple un rol central como espacio de moratoria social. Más allá de transmitir conocimientos, se convierte en un territorio simbólico donde se juegan aspectos profundos de la construcción de la identidad. Tal como plantea Erikson, el desarrollo identitario del adolescente se apoya en las instituciones que lo rodean, y la escuela, por excelencia, es una de ellas. Por eso, resulta clave que la institución escolar habilite el descubrimiento, la diversidad y la expresión auténtica de cada estudiante ya que es un espacio que puede ofrecer tanto un refugio como un campo de tensión. Como señala Dubet, la escuela (al igual que la familia) puede sostener o inhibir esa moratoria; puede acompañar el desarrollo o reproducir estigmas.

Educar implica también reconocer, legitimar y acompañar a los y las adolescentes en sus procesos identitarios. Un docente que habilita la palabra y valida la diversidad, no solo enseña contenidos: ofrece un escenario para que la identidad en construcción se despliegue con libertad. Como sostiene Philippe Meirieu: “Educar no es moldear, es acompañar una metamorfosis.” 

Desde esta perspectiva, la moratoria vital es necesaria para la constitución de la identidad, pero su vivencia está profundamente condicionada por el contexto, debe pensarse hoy como un territorio disputado, atravesado por condiciones sociales, políticas y afectivas que requieren ser escuchadas y acompañadas con sensibilidad.

¿Qué sucede cuando ese tiempo de exploración no puede habitarse plenamente? ¿Qué pasa con la identidad cuando la juventud se vuelve una carga y no una posibilidad?

Moratoria vital en el siglo XXI: generaciones en transformación

Las juventudes actuales, nacidas en el cambio de milenio (Generación Z y posteriores), transitan su moratoria vital en un mundo profundamente atravesado por la digitalización, la precarización laboral, la crisis ambiental, y la redefinición de los vínculos familiares. Si en otras épocas la juventud podía pensarse como un “tiempo de espera” hacia la adultez (institucionalmente regulada por hitos como el trabajo estable, la independencia económica o la conformación de una familia), hoy estas transiciones aparecen difusas o directamente ausentes.

Las generaciones anteriores, como los Baby Boomers o la Generación X, vivieron una juventud donde la moratoria vital se asociaba a un proyecto progresivo y lineal: estudiar, trabajar, formar una familia. Sin embargo, las juventudes actuales enfrentan un escenario de incertidumbre estructural: no hay garantías de empleo ni de movilidad social ascendente, y la adultez aparece como una promesa lejana o inestable.

Este cambio generacional produce una tensión en los imaginarios sociales: se cuestiona el ideal del “joven productivo” que rápidamente alcanza autonomía, y se hace visible una juventud extendida, fragmentada, incluso patologizada. A esto se suma la presión por el rendimiento constante, la hiperexposición en redes, y la exigencia de construir una identidad propia y “auténtica” desde edades tempranas.

En este sentido, la moratoria vital del siglo XXI ya no es simplemente un “tiempo biológico disponible”, sino que se vuelve una zona de disputa simbólica. Las sociedades contemporáneas, por un lado, prolongan la juventud como ideal cultural (el culto a lo joven, la moda, los consumos), pero, por otro lado, no ofrecen las condiciones materiales para que esa juventud sea vivida plenamente.

Conclusión

Hablar de juventud es adentrarse en un territorio complejo, atravesado por tensiones entre lo biológico y lo social, entre lo individual y lo colectivo, entre lo posible y lo permitido. Desde la noción de moratoria vital, la juventud porta un capital energético, un plus de tiempo y fuerza que marca un momento privilegiado para la exploración del yo. Sin embargo, esta dimensión no existe de forma aislada: la moratoria social (ese permiso cultural e institucional para “ser joven”) no es un derecho universal, sino una posibilidad desigualmente distribuida según clase, género o pertenencia étnica.

Comprender la moratoria vital en el contexto de los cambios familiares y sociales actuales nos obliga a ampliar la mirada. Las nuevas configuraciones del rol parental, la precarización de la vida cotidiana y la disolución de modelos estables de adultez impactan directamente en los modos de transitar la juventud. Hoy, muchas veces, se espera que los y las jóvenes sean resilientes, autónomos y productivos sin haber contado previamente con los espacios para constituirse como tales.

Este recorrido invita a preguntarnos: ¿estamos dando realmente lugar a que cada joven pueda ser joven? ¿Qué tipo de reconocimiento (simbólico, institucional, afectivo) ofrecemos como sociedad a quienes están en proceso de convertirse en sí mismos? Pensar la juventud es, en el fondo, pensar en el porvenir colectivo.

Sin embargo no se debe conservar una vision negativa. Si bien la moratoria vital hoy es más confusa, también es más rica. Los adolescentes tienen más opciones y también más desafíos para construirse a sí mismos. Quizás la sociedad todavía espera que tomen decisiones rápidas (qué estudiar, cómo ser, qué identidad tener), cuando en realidad necesitan ese tiempo de “ensayo” que es tan valioso y que tarde o temprano deben darse a si mismos.

En síntesis, la moratoria vital, bien acompañada y reconocida como tal, es mucho más que un “retraso” en asumir responsabilidades adultas. Es una etapa de exploración profunda, de aprendizaje y de transformación. Una oportunidad para sembrar una adultez más consciente, solidaria y libre.

Bibliografia:

  • Margulis, M., & Urresti, M. (1998). La juventud es más que una palabra: ensayos sobre cultura y juventud. Buenos Aires: Biblos.
  • Bordignon, N. A. (2005). El desarrollo psicosocial de Eric Erikson. El diagrama epigenético del adulto. Revista Lasallista de Investigación.
  • Dubet, F., & Martuccelli, D. (1998). En la escuela. Sociología de la experiencia escolar. Buenos Aires: Editorial Losada
  • Meirieu, Philippe. (2007). Educar más allá de las fronteras. Buenos Aires: Novedades Educativas.
  • Erikson, E. H. (1974). Identidad, juventud y crisis. Buenos Aires: Paidós.
  • Aisenstein, Angélica (2001) La adolescencia como etapa vital. Revista de Psicoanálisis de la APA, Vol. LVIII, N.º 3.
  • Pérez Islas, J. A. (2006). Los jóvenes y sus trayectorias de vida: entre la incertidumbre y la flexibilidad. Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, Niñez y Juventud, 4(2), 189–221
  • Feixa, C. (2006). De jóvenes, bandas y tribus. Antropología de la juventud. Barcelona: Ariel.
  • Gravano, A. (2008). Jóvenes y culturas. Una mirada desde la antropología. Buenos Aires: Novedades Educativas.)
  • Feixa, C. (2006). Generación@. Juventud y cambio social en la era digital. Barcelona: Editorial Ariel.
  • Gravano, A. (2008). Jóvenes, culturas urbanas y redes digitales. Prácticas emergentes en el nuevo milenio. Buenos Aires: CLACSO.

Investigación: El desarrollo juvenil contemporáneo: entre la integración y la exclusión

  1. Juventud como etapa de construcción identitaria: Los cambios puberales y biopsicosociales dan lugar a la conformación del yo. La juventud se presenta como un momento clave para resignificar el pasado y proyectar el futuro.
  2. Impacto del contexto social y cultural: La globalización, la multiculturalidad y las condiciones sociopolíticas inciden directamente en la experiencia juvenil. Se destaca una gran desigualdad en el acceso a oportunidades entre distintos sectores sociales.
  3. Transformaciones en las agencias socializadoras: La familia y la escuela han perdido exclusividad como pilares del desarrollo juvenil. Emergen nuevas influencias y dispositivos culturales que acompañan al joven.
  4. Resiliencia como nuevo paradigma de desarrollo: Frente a los riesgos sociales, se valora la capacidad del sujeto para adaptarse y superar adversidades. Se redefine la protección como un proceso más flexible y subjetivo.
  5. Prolongación y complejización de la juventud: La juventud deja de ser solo un tránsito a la adultez y adquiere sentido propio. Contradicciones: autonomía emocional vs. dependencia económica; emancipación sexual vs. postergación adulta.
  6. Exclusión y debilidad en el ejercicio de derechos: Persisten la discriminación por edad y la baja participación juvenil en la vida democrática. La moratoria psicosocial actúa como barrera para el pleno reconocimiento como sujetos de derecho.

En un contexto de cambios acelerados y trayectorias vitales no lineales, la juventud se presenta como una etapa clave para el desarrollo individual y colectivo. Sin embargo, la exclusión y la falta de respuestas sociales adecuadas generan vacíos que afectan tanto a jóvenes como a adultos. Es fundamental reconocer la diversidad juvenil, su capacidad de resiliencia y su potencial creativo, promoviendo un nuevo pacto intergeneracional que les permita participar activamente en la construcción de sociedades más justas y esperanzadoras.

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